En Zamora ya se siente la Semana Santa, huele a cera de hachón, a túnica guardada en un olvidado baúl, se va rompiendo la calma y la soledad de sus calles…
Un amigo dice, que en esta ciudad la Semana Santa comienza cuando Boizas saca sus túnicas al escaparate y acaba al recoger el Escenas, la crónica de imágenes de la pasión. En estas épocas los cotaneros de cofradías y hermandades visitan nuestras casas para cobrar las cuotas anuales. Cofradías y hermandades, digo bien, por que en esta ciudad no se de una cofradía ni de otra, se es de la Semana Santa, y casi nadie pertenece solamente a una. Es una tradición que se pasa de padres a hijos, al igual que la aquella de cargar los pasos, de encontrarse padres e hijos bajo los banzos. Me gustaría más llamar a esta, Pasión que Semana Santa, por el doble significado que encierra esta palabra. Porque en esta ciudad olvidada del noroeste peninsular, en la que el reloj parece haberse parado hace muchos años, no hay nada como la Semana Santa, especialmente para aquellos que se sienten profundamente zamoranos. No hay ninguna otra cosa en esta ciudad, ni en esta desolada provincia en la que nadie ponga más pasión, más vida, más interés, como es en la pasión y muerte de Jesucristo.La semana santa zamorana no es más que una muestra del carácter sincero, sobrio y serio del zamorano, sin ostentaciones, ni coplas ni fastos.
La forma en que aquí se celebra la Semana Santa es algo totalmente distinto a lo que la gente puede conocer. Es cierto, que cuando en este país se comenta algo sobre la Semana Santa, la gente piensa en Madrugá sevillana, saetas y costaleros. En altares de oro y cientos de velas iluminando la Macarena o la virgen de Triana.
La Semana Santa en Zamora es algo totalmente distinto, porque la Semana Santa aquí es un estado de ánimo, solemne y silencioso, con el único sonido de un tambor destemplado, del tañir de una campana tocando a muerto, del roce de una cruz sobre el suelo. Con la única iluminación que producen los hachones de los hermanos, con las luces apagadas, y con la gente abarrotando las filas con sentido respeto, con la impresión inusitada de los miles de turistas que por aquí se acercan cada año…
La Semana Santa zamorana es conocida, sencillamente por su carácter intimista. Porque no puede existir otro marco mejor para celebrar una pasión, que estas calles empedradas de románico. No hay otro lugar en el mundo en que se toda la ciudad se eche a la calle para celebrar su semana de pasión.
La ciudad ya se prepara para lo que le espera, llegar a albergar a 300000 personas. Decía el actual Barandales (una figura singular de la Semana Santa zamorana) que esta no tenía comparación con ninguna otra. Que la amaba porque era zamorano. Que nunca le habían pesado las campanas durante ninguno de los desfiles…que era un honor llevarlas en sus manos.
Y en estos momentos en los que oigo sonar la marcha fúnebre de La Cruz, recuerdo como pasamos el puente de Piedra los hermanos acompañando al Nazareno de San Frontis en el martes Santo. Recuerdo los nervios de esa tarde, mientras nuestras madres o esposas nos preparan las túnicas, caperuces, guantes…Recuerdo el cansancio de la tarde de Viernes Santo al ir a ver el Santo Entierro, después de mñas de una semana en las filas esperando al paso de las procesiones. Recuerdo subir la cuesta del mercadillo en profundo silencio acompañado a un crucificado del siglo XV. Recuerdo el juramento del silencio arrodillados en la Plaza de la Catedral…
Podría pasarme horas y horas escribiendo sobre la pasión con que esta ciudad vive su Semana Santa. Podría hablar del Yacente en una abarrotada Plaza de Viriato en silencio, podría hablar del sobrecogedor Miserere. Podría hablar de la noche del Lunes Santo, del Jerusalem en la Plaza de Santa Lucía. Podría seguir escribiendo y derrochando líneas…
Les invito, con la humildad de mi carácter, a que disfruten de esta vieja ciudad y de su Semana Santa.
Están todos invitados..
Un amigo dice, que en esta ciudad la Semana Santa comienza cuando Boizas saca sus túnicas al escaparate y acaba al recoger el Escenas, la crónica de imágenes de la pasión. En estas épocas los cotaneros de cofradías y hermandades visitan nuestras casas para cobrar las cuotas anuales. Cofradías y hermandades, digo bien, por que en esta ciudad no se de una cofradía ni de otra, se es de la Semana Santa, y casi nadie pertenece solamente a una. Es una tradición que se pasa de padres a hijos, al igual que la aquella de cargar los pasos, de encontrarse padres e hijos bajo los banzos. Me gustaría más llamar a esta, Pasión que Semana Santa, por el doble significado que encierra esta palabra. Porque en esta ciudad olvidada del noroeste peninsular, en la que el reloj parece haberse parado hace muchos años, no hay nada como la Semana Santa, especialmente para aquellos que se sienten profundamente zamoranos. No hay ninguna otra cosa en esta ciudad, ni en esta desolada provincia en la que nadie ponga más pasión, más vida, más interés, como es en la pasión y muerte de Jesucristo.La semana santa zamorana no es más que una muestra del carácter sincero, sobrio y serio del zamorano, sin ostentaciones, ni coplas ni fastos.
La forma en que aquí se celebra la Semana Santa es algo totalmente distinto a lo que la gente puede conocer. Es cierto, que cuando en este país se comenta algo sobre la Semana Santa, la gente piensa en Madrugá sevillana, saetas y costaleros. En altares de oro y cientos de velas iluminando la Macarena o la virgen de Triana.
La Semana Santa en Zamora es algo totalmente distinto, porque la Semana Santa aquí es un estado de ánimo, solemne y silencioso, con el único sonido de un tambor destemplado, del tañir de una campana tocando a muerto, del roce de una cruz sobre el suelo. Con la única iluminación que producen los hachones de los hermanos, con las luces apagadas, y con la gente abarrotando las filas con sentido respeto, con la impresión inusitada de los miles de turistas que por aquí se acercan cada año…
La Semana Santa zamorana es conocida, sencillamente por su carácter intimista. Porque no puede existir otro marco mejor para celebrar una pasión, que estas calles empedradas de románico. No hay otro lugar en el mundo en que se toda la ciudad se eche a la calle para celebrar su semana de pasión.
La ciudad ya se prepara para lo que le espera, llegar a albergar a 300000 personas. Decía el actual Barandales (una figura singular de la Semana Santa zamorana) que esta no tenía comparación con ninguna otra. Que la amaba porque era zamorano. Que nunca le habían pesado las campanas durante ninguno de los desfiles…que era un honor llevarlas en sus manos.
Y en estos momentos en los que oigo sonar la marcha fúnebre de La Cruz, recuerdo como pasamos el puente de Piedra los hermanos acompañando al Nazareno de San Frontis en el martes Santo. Recuerdo los nervios de esa tarde, mientras nuestras madres o esposas nos preparan las túnicas, caperuces, guantes…Recuerdo el cansancio de la tarde de Viernes Santo al ir a ver el Santo Entierro, después de mñas de una semana en las filas esperando al paso de las procesiones. Recuerdo subir la cuesta del mercadillo en profundo silencio acompañado a un crucificado del siglo XV. Recuerdo el juramento del silencio arrodillados en la Plaza de la Catedral…
Podría pasarme horas y horas escribiendo sobre la pasión con que esta ciudad vive su Semana Santa. Podría hablar del Yacente en una abarrotada Plaza de Viriato en silencio, podría hablar del sobrecogedor Miserere. Podría hablar de la noche del Lunes Santo, del Jerusalem en la Plaza de Santa Lucía. Podría seguir escribiendo y derrochando líneas…
Les invito, con la humildad de mi carácter, a que disfruten de esta vieja ciudad y de su Semana Santa.
Están todos invitados..
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