Confieso que el miedo me paraliza, más a menudo de lo esperable.
No es algo impuesto, ni premeditado, es algo irracional.
Y por no atreverme a lo que realmente quiero, por pensar, en que por supuesto lo haré pero mañana lo conseguiré, voy perdiendo la vida y lo que es más duro, las personas que quiero en mi vida.
Llega ese momento en el que sin darme cuenta, todo a mi alrededor se desvanece.
Todo, lo que más deseas y creiste nunca perderías de repente se te escapa de las manos. Y eres tú el que sin darte cuenta lo has echado a perder.
Los proyectos, la vida por compartir, el futuro, los sueños, de repente se derrumban.
Ese quiero vivir contigo junto al mar, esa casa que has planeado, esa educación de tus hijos aún no gestados y sobre todo esa persona con la que has decidido compartir la vida.
Y en ese momento intentas agarrarte a lo poco que aún te queda para si es posible hacerlo grande.
Intentas hacer balance y revisas los instantes, las canciones, las fotografías.
Te das cuenta de lo errado, te pones a su lado y lo comprendes e intentas hacerte fuerte porque sabes que lo que has guardado para darle es el sueño más bonito de tu vida y quizás de la suya.
Ya no se trata de compartir momentos puntuales, se trata de intentar ser su compañero de vida. Se trata de apoyar sus días malos, de respetar su espacio y de agarrar su mano y decirle: estoy aquí y te pienso regalar lo que me queda de vida, ¿lo sabes?
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