Volverá a empezar la primavera,
y sé que no estaré a su lado.
Que escribiré versos a la luna y a las estrellas,
y construiré un pozo con mis silencios.
Que maldeciré sus ausencias,
y reinventaré mi pasado.
y sé que no estaré a su lado.
Que escribiré versos a la luna y a las estrellas,
y construiré un pozo con mis silencios.
Que maldeciré sus ausencias,
y reinventaré mi pasado.
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Mientras pide deseos en el huerto de Calixto y Melibea,
me reencontraré con el silencio de mis calles,
y me sentaré a reflexionar.
Ya no habrá versos, ni silencios,
ni lágrimas escondidas, ni llamadas,
ya no quedará nada.
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Quizás solo recuerdos de lo que fue y no pudo ser,
del encanto de su pelo y de su voz,
de su mirada infinita,
y su sonrisa inesperada.
Mientras pide deseos en el huerto de Calixto y Melibea,
me reencontraré con el silencio de mis calles,
y me sentaré a reflexionar.
Ya no habrá versos, ni silencios,
ni lágrimas escondidas, ni llamadas,
ya no quedará nada.
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Quizás solo recuerdos de lo que fue y no pudo ser,
del encanto de su pelo y de su voz,
de su mirada infinita,
y su sonrisa inesperada.
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De nuevo volveré al fracaso de mis pasos,
y no soñaré con lunas, con versos ni con milagros,
ni desearé cruzarme de nuevo con el pasado.
No le escribiré más, ni seré un enamorado,
solamente un loco triste, lunático, desvariado…
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De nuevo volveré al fracaso de mis pasos,
y no soñaré con lunas, con versos ni con milagros,
ni desearé cruzarme de nuevo con el pasado.
No le escribiré más, ni seré un enamorado,
solamente un loco triste, lunático, desvariado…
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Allí estaba ella, al final de la barra, jodida y radiante… y yo me enamoré.
¿Quién no se ha enamorado al pie de una barra?
Y es que, como decía Lope de Vega, “el amor tiene fácil la entrada y difícil la salida”
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